viernes, octubre 13, 2017

En tierras de ficción, de Robert Saladrigas


Dos años atrás comenté (en este blog y en el suplemento de cultura de El Plural) el libro anterior de Robert Saladrigas, De un lector que cuenta, en el que se recogía una amplia muestra de su oficio como crítico. Saladrigas es, para mí, uno de los mejores críticos literarios de este país, si no el mejor. Es alguien que no suele detenerse a destrozar libros, sino sólo a recomendar los que le han gustado. Saladrigas lo apunta en la conversación final, que se incluye como apéndice del volumen: es él quien, por lo general, suele elegir las lecturas y además acierta. Cuando uno lee sus textos, inmediatamente quiere abalanzarse sobre las obras que comenta, pues su mayor virtud (aparte de que sus análisis sean siempre rigurosos) es que te contagia su entusiasmo, te transmite su pasión, te motiva a seguir buscando aquellos títulos que no tenías o que aún no has leído porque están sepultados en las pilas de tu biblioteca.

Robert Saladrigas se convierte, así, en un guía perfecto para la literatura de los siglos XX y XXI, comentando la obra de autores como Joseph Conrad, Katherine Mansfield, Samuel Beckett, Malcolm Lowry, Paula Fox, Witold Gombrowicz, Kjell Askildsen, Louis-Ferdinand Céline, Orhan Pamuk, Clarice Lispector, Juan Carlos Onetti, James Agee, Donald Barthelme, Thomas Pynchon, Siri Hudsvedt o Evan Dara.

Destaco un par de comentarios suyos que, como he apuntado antes, se incluyen en una conversación final entre Saladrigas, Fernando Valls y José María Guelbenzu:

A ver, cuando se dedican a deconstruir los textos, tengo no ya la impresión sino el convencimiento de que realmente no hay texto que pueda salir indemne, ni siquiera el Quijote. Esa labor de clínicos forenses que consiste en potenciar el supranálisis casi científico de la obra bajo la lente de un microscopio que no la tiene en cuenta como expresión artística, me parece que solo ha servido para proporcionar fama académica a la gente que lo ha hecho, pero no ha aportado nada a la literatura. La gran obra sigue siendo un producto de la sensibilidad humana que, por supuesto, tiene fallos. El texto perfecto no existe.

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Recuerdo la primera vez que leí a Robert Musil. La verdad es que me perdí y lo dejé. Al cabo de los años volví a El hombre sin atributos y me encantó. O los libros que supongo que hoy nadie lee, como La muerte de Virgilio de Hermann Broch, que en mi memoria, en mi formación y mi recuerdo, me parece una obra apabullante e intemporal. Algo tiene que pasar en uno cuando lee y se siente conmovido o bajo los efectos de un cataclismo. Y si no ocurre así, hay que reconocerlo. A lo mejor es un buen libro y a ti no te dice nada, pero sigue siendo un buen libro. Existe una barrera entre cómo percibes una obra y lo que en realidad puedes encontrar en ella.

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[…] cuando has leído lo grande de la literatura, puedes caer en el grave error de tenerlo como único parámetro. Y de comparar todo lo que estás leyendo hoy –que el tiempo dirá si sobrevive o no– con aquello que sabes perfectamente que el tiempo ha consagrado.


[Menoscuarto Ediciones]