lunes, septiembre 11, 2017

El turista desnudo, de Lawrence Osborne


El viaje actual es como la comida rápida: incursiones breves e intensas que no dejan huella. En nuestra época, el turismo ha transformado el planeta en un espectáculo uniforme y nos ha convertido en extranjeros perpetuos que deambulan por la imitación de la imitación de un lugar al que una vez quisimos ir. Es la ley de los rendimientos marginales decrecientes.

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Todos los hoteles tienen el mismo aspecto porque los dirigen las mismas personas; todos los sitios se parecen porque se han concebido en función de los mismos intereses económicos. Todo se parece a todo lo demás, porque así se ha diseñado. Un día, el mundo entero será un gigantesco complejo turístico interrelacionado, llamado "Cualquier parte".

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Para volver a explorar la naturaleza del "viaje" es imprescindible descomprimir el viaje organizado actual. Los aviones también pueden usarse de forma anacrónica y que el pasajero se demore de un sitio a otro en lugar de apresurarse al destino final. Pues hasta en el viaje más absurdamente apresurado, el desplazamiento cuenta más que el destino: es un simple hecho psicológico. A fin de cuentas, ahí estaba la lógica del Grand Tour: era el movimiento en sí lo que estimulaba y despertaba el alma.

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Viajar nunca es fácil. Los contratiempos y el aburrimiento, los enlaces perdidos y las horas vacías son el precio que hay que pagar para dejar nuestra vida real y entrar en una vida ficticia. Además, esta vida provisionalmente ficticia también tiene sus ventajas. No hay que pensar en nada más que no sea la logística del viaje, con todos sus exasperantes detalles y su estupidez. Con el tiempo, incluso esos detalles cobran una importancia poética.

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La "exclusividad para masas", sea en spas o en complejos turísticos en general, se basa en un principio fundamental: hacer que el cliente se crea que está disfrutando en exclusiva de unos placeres propios de la realeza cuando en realidad lo están procesando a toda velocidad por una cinta transportadora levemente hedonista. Huelga decir que es preciso dar la sensación de que el tiempo avanza más despacio para así aumentar la sensación de recuperación. Hacer que una semana parezca un mes, por ejemplo, o que un día parezca una semana. A fin de cuentas, el análisis económico del tiempo que hemos interiorizado desde la infancia se rompe en pedazos en cuanto estamos ociosos y en el extranjero. Para la mayoría, la simple interrupción del trabajo ya consigue esa ilusión.

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En cuanto el cuerpo empieza a desmoronarse, las facultades mentales también se desmoronan poco a poco, como si nuestra estructura interna se hiciera añicos, igual que los trozos de yeso de una escultura barata.


[Gatopardo Ediciones. Traducción de Magdalena Palmer]