viernes, julio 28, 2017

Bandini, de John Fante


Leí estas novelas hace muchos años: Camino de Los Ángeles, Espera a la primavera, Bandini, Pregúntale al polvo y Sueños de Bunker Hill. Dos de ellas, la segunda y la tercera, las leí incluso antes de que las publicara Anagrama, cuando salieron en Paidós y tuve que cogerlas prestadas en la biblioteca porque no había otra manera de encontrarlas. Cuando las leí, ni siquiera tenía blog donde consignar mi entusiasmo por ellas. De las cuatro, mi favorita siempre fue Pregúntale al polvo, aunque la ternura de Espera a la primavera, Bandini es inolvidable. Son dos libros que habré leído ya tres o cuatro veces. Llevaba años esperando esta edición de Anagrama, con las cuatro novelas protagonizadas por Arturo Bandini, álter ego de John Fante, porque ya había visto el volumen en otros países del extranjero. Porque, así colocadas, las podemos leer en el orden cronológico en que Fante las fue escribiendo. La última, Sueños de Bunker Hill, que es muy superior a lo que yo recordaba de su lectura, se la dictó a su mujer cuando ya estaba ciego y enfermo y próximo a la muerte.

John Fante es un narrador puro, de quien, además de su fluidez en la escritura, siempre me gusta destacar su destreza para retratar a sus familiares y a sí mismo: reparte dardos y flores por igual, amores y odios, elogios y desprecios… lo que en cada momento sienta dentro. Fante/Bandini es un hombre honesto. Si tiene que criticar a los suyos o a sí mismo, no se ahorrará la crudeza. Es, al mismo tiempo, humilde y fanfarrón, dependiendo de su estado de ánimo. A todo esto él añade un humor socarrón que no es fácil de reproducir en una página. Por estas y otras virtudes era un maestro, aunque haya tardado tanto en obtener el reconocimiento.

Bandini puede leerse, así, de una tacada, como la formación de un muchacho que se cría en ambientes helados y abundantes en miseria (Espera a la primavera, Bandini), que decide convertirse en escritor mientras tantea trabajos de mierda (Camino de Los Ángeles), que huye a la gran ciudad para abrirse camino aunque pasa hambre e infortunios (Pregúntale al polvo) y que, finalmente, obtiene un puesto de guionista por el que cobra una pasta pero en el que los guionistas a sueldo apenas escriben porque no les encargan nada y eso aumenta su ira y su frustración (Sueños de Bunker Hill).

He releído estas novelas con placer, con devoción, dejándome llevar de nuevo por la locura de Bandini, viendo detalles o pasajes en los que antaño me había fijado menos, destacando frases que no recordaba y diálogos que me siguen despertando la piedad y la carcajada. Es un volumen que no debéis dejar escapar. Van unos fragmentos:  

¿Cómo podía un hombre rezar y estar caliente? Era escandaloso.
Después de pensar en tanta gente sin resultado, harto ya de todo el asunto y a punto de olvidarme de él, tuve una idea, y la idea era que no tenía que rezar a Dios ni a ningún otro, sino a mí mismo.
-Arturo, compañero. Mi amado Arturo. Parece que sufres mucho y muy injustamente. Pero eres valiente, Arturo. Me recuerdas a un guerrero poderoso, con las cicatrices de un millón de conquistas. ¡Qué valor el tuyo! ¡Qué nobleza! ¡Qué belleza! ¡Oh, Arturo, en verdad eres hermoso! Cuánto te quiero, Arturo mío, mi grande y poderoso dios. Gime pues, Arturo. Que tus lágrimas corran, pues la tuya es una vida de lucha, una encarnizada batalla hasta el final, y nadie lo sabe excepto tú, nadie sino tú, un bello guerrero que lucha solo, inquebrantable, un gran héroe de los que el mundo no ha oído hablar nunca.

[De Camino de Los Ángeles]

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Avanzaba dando puntapiés a la espesa capa de nieve. Hombre asqueado a la vista. Se llamaba Svevo Bandini y vivía en aquella misma calle, tres manzanas más abajo. Tenía frío y agujeros en los zapatos. Por la mañana había tapado los agujeros por dentro con el cartón de una caja de macarrones. Los macarrones no los había pagado. Se había acordado mientras metía en los zapatos los trozos de cartón.
Detestaba la nieve. Era albañil y la nieve congelaba la argamasa que ponía entre los ladrillos. Se dirigía a su casa, pero no sabía por qué. Cuando era pequeño y vivía en Italia, en los Abruzos, tampoco le gustaba la nieve. No había sol, no había trabajo.

[De Espera a la primavera, Bandini]

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Días afortunados, días fructíferos, páginas y más páginas; días favorables, algo que contar, la historia de Vera Rivken, los folios se amontonaban y me sentía contento. Días maravillosos, no debía ni un día de pensión, tenía cincuenta dólares en la cartera y nada que hacer ni de día ni de noche, salvo escribir y pensar en escribir; ah, días dulcísimos en que lo veía crecer, en que sufría por él, por el libro, por cada palabra que ponía en el libro, por un libro tal vez interesante, tal vez eterno, pero mío al fin y al cabo, mío, del indómito Arturo Bandini, metido ya hasta las cejas en su primera novela.

[De Pregúntale al polvo]

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A media manzana había una tienda de coches usados. Encontré un Plymouth de segunda mano por trescientos dólares y me lo llevé. Era un hombre nuevo, un guionista de Hollywood que había triunfado sin escribir una sola línea. El futuro no tenía límites.
[…]
Hay que tener un agente. Sin agente eres un marginado, un desconocido. Tener agente da profesionalidad, aunque nunca consiga nada. Cuando otro escritor nos pregunta: "¿Con qué agente estás?", y respondemos: "Con ninguno", el primero deduce automáticamente que no tenemos talento.
[…]
Qué hago aquí, me pregunté. Detesto este lugar, esta ciudad hostil. ¿Por qué siempre me expulsa, como si fuera un huérfano no querido? ¿Es que debía algo a alguien? ¿No había trabajado con tesón, no lo había intentado con todas mis fuerzas? ¿Qué tenía en mi contra? ¿La inmarchitable constancia de mi condición pueblerina, la añeja convicción de que yo no era de allí?

[De Sueños de Bunker Hill]


[Anagrama. Traducción de Antonio-Prometeo Moya]